domingo, 24 de febrero de 2008

Vacío

Ayer celebramos una despedida muy especial: la de AB. El miércoles por la mañana el animalillo más bello de la fauna se marcha de casa y emprende camino hacia Francia. Su aventura durará cinco meses aunque algo me dice que va a ser más.
Estos últimos días hemos compartido cama, como al principio del piso, cuando ella aún no tenía. Cada día que pasa nos sentimos más raras, porque sabemos que el día de la separación de nuestro singular matrimonio se acerca peligrosamente.
A lo largo de estos años en Barcelona he vivido un montón de despedidas. Son una tónica en mi vida pero no me acostumbro. El vacío que me dejan suele acompañarme desde un tiempo antes y tarda mucho en desaparecer, aunque mi rápida adaptación a la nueva situación pueda dar a entender lo contrario.
La gente que más aprecio se va yendo, unos más lejos que otros, unos con fecha de retorno, otros sin y otros no se sabe. Parece que a mis amigos no les gusta Barcelona. Yo soy la única que me siento bien aquí y lo he ratificado incluso adquiriendo un bien inmueble.
Pues nada, por aquí seguiré, un poco más sola. Me he llenado los próximos cuatro fines de semanas con todo tipo de actividades para no pasarlo tan mal. Me recuerda a mi ruptura, cuando no paraba de hacer cosas para no pensar.
Espero que los que quedáis por aquí me ayudéis a llenar este vacío y que no os vayáis o, al menos, esperad a que AB vuelva.
En la foto, AB tomándose un cubata.

jueves, 14 de febrero de 2008

Domingueros

Este domingo AB y yo organizamos una calçotada para algunos de nuestros amigos, la mayoría guiris o poco aficionados a los calçots. Era una tarea harto difícil porque éramos clara mayoría de mujeres y todos sabemos lo poco amigas que somos las féminas de la combustión, el fuego, la leña y todo lo relacionado con el mundo de la barbacoa.
El día empezó mal porque Trep, nuestro amigo de estética punk, llegó dos horas tarde al punto de encuentro por una resaca mal llevada. También, al poco de salir, tuvimos que dar la vuelta porque nos habíamos dejado la carne y la bebida en casa. Al final, un poco más tarde de la hora prevista y después de pasar por unos bosques muy frondosos e inhóspitos, llegamos a un merendero abarrotado de gente y, sobre todo, niños chillones.
Sin embargo, el día fue muy bien, comimos hasta reventar y mi salsa triunfó. Se corrió la voz de que nosotros teníamos la mejor salsa del lugar y cuando nos despistábamos venía alguien por detrás y ¡ZAS! metía su calçot en mi salsa (uy, ¡qué verde suena esto!).
Por la noche, cuando AB y yo comentábamos los titulares de la jornada tumbadas en el sofá, destacamos la gran calidad humana que abunda en los merenderos. Una señora le comentó a AB: "Aquí (en los merenderos) la gente se ayuda mucho." Es una frase que nos dio que pensar mucho...
En la foto, yo con una ristra de calçots en modo collar, en una velada alusión a mi programa favorito.